jueves, 2 de junio de 2011

LOS "PURITANOS".

La formulación y la difusión de esta estrategia de "unión liberal" fue la gran aportación de los puritanos, que habían contribuido decisivamente a la liquidación la dictadura ayacucha en 1843 y que habían protestado enérgicamente en 1845 contra la reforma moderada de la Constitución. Su coherencia estaba más que probada y su prestigio moral e intelectual ante la opinión era formidable. Todas las estrategias creadas por las distintas familias del moderantismo isabelino fueron fracasando una tras otra: los intentos patrocinados por Jaime Balmes y los "vilumistas" (por el marqués de Viluma) de unirse a los carlistas, los intentos dictatoriales de Narváez justificados por Donoso Cortés, los intentos anticonstitucionales de Bravo Murillo... Todas estas tendencias políticas desaparecieron sin dejar rastro en la política española. Únicamente la estrategia de "unión liberal" creada por los puritanos, demostró ser una fuerza decisiva en la historia española. Esta fue la estrategia que finalmente triunfó con la Restauración canovista, cuando los liberales españoles encontraron la vía de la alternancia pacífica y cerraron el ciclo exclusivista iniciado en 1834.
El apelativo de "puritanos" que recibieron estos primeros políticos centristas españoles, significaba bien lo que querían: pureza en la Administración, respeto a las leyes establecidas, orden y el comienzo de una política liberal que dulcificara los rigores de las pasadas violencias, y que, sin apartarse de las doctrinas conservadoras llevase adelante la obra de progreso que representaba el trono de Isabel II. "Prejuicios de puritanos", habían exclamado sus enemigos políticos moderados ante el carácter no conformista de su crítica y sus protestas contra el camino intransigente y antiliberal que mantenía el moderantismo bajo la dirección de Narváez. Su lema político era la "estricta legalidad, el respeto a las leyes". La disidencia puritana tenía mucho de mentalidad jurídica, de purismo jurídico. "Las leyes son santas", había exclamado Pastor Díaz en el Congreso. Los puritanos defendían la integridad de la perspectiva legal ("gobernar con las leyes") y el derecho como garantía de racionalidad frente al controvertido campo de las luchas políticas basadas en la fuerza. Para Díez del Corral y Tomás y Valiente, su obra significó el arribo del punto de vista jurisprudencial a la cultura política.
Se trataba de "conservadores"; ellos mismos proponen el término de "liberal-conservadores" frente al ya gastado de "moderados". Este concepto político hay que entenderlo correctamente: se trata de una doctrina política -nueva en aquellos momentos- que se proponía la gestión de una sociedad postrevolucionaria. No se trataba de ninguna propensión al inmovilismo político, al mero mantenimiento del "orden" o una negación explícita de la revolución. Al contrario, su proyecto político implicaba la realización plena de la revolución, su resolución en instituciones pacíficas, la creación de un orden regular y duradero que pusiera fin a los dilemas exclusivistas que desgarraban la sociedad.
El modelo de conservador diseñado por los puritanos no se opone al revolucionario, pero sí al radical, al exaltado, al extremista. Comprendieron que la vida política es justamente lograr el consentimiento y superar la conflictividad, teniendo como espacio común de convivencia el sometimiento a las leyes. La denominación de puritanos tenía además otra resonancia moral que surgió en el teatro romántico. Y es que en 1836 se había estrenado con gran éxito la ópera I Puritani, de Bellini, en el Teatro de la Cruz. A los liberales les encantaba la arrogancia y la pose de honorabilidad incorruptible. Los puritanos hacían de la honradez y la virtud el valor superior de la política, algo más valioso que la ciencia o la inteligencia.
Los puritanos fueron los iniciadores de una nueva reflexión sobre la política moderna y de una nueva forma de concebir la acción política que supone, a nuestro entender, el legado más valioso del conservadurismo español del siglo xix. Fueron por igual hombres de acción y hombres de pensamiento. Pacheco destacó con sus Cursos de Derecho Constitucional en la cátedra del Ateneo, y Nicomedes Pastor Díaz, rector de la Universidad de Madrid, destacó por sus numerosos ensayos políticos y artículos periodísticos. Buena parte de las ideas que hicieron posible el equilibrio político de la Restauración en 1875 estaban en sus obras. Cánovas dijo de Pastor Díaz: "El ensayo político que él hizo bien puede recomendarse en confianza. Tal vez no se haya hecho otro más feliz todavía".
En su primer Manifiesto electoral de 1839 Pastor Díaz expresaba el sentimiento de tener por delante una tarea inmensa que cumplir: "Construir un Estado nuevo después de que el antiguo fuera destruido por la revolución y la guerra civil". Para dominar ese caos era necesario una nueva visión de la política. Los antiguos liberales les habían enseñado a discutir y a criticar. Ahora se trata de fundar, de construir. Para esa tarea había que rechazar las consignas fijas, la política de catecismo. Había que superar las exclusiones y ampliar las bases de participación del régimen. El "orden", principal objetivo conservador, no podía venir del retroceso a las formas despóticas ya superadas por la revolución. Sólo por el respeto a las leyes, por medio del "juego limpio", por la estrategia del consenso se podría fundar, garantizar la duración, estabilizar el nuevo gobierno representativo. Víctor Hugo, el gran maestro de la generación romántica había exclamado: "Todos los sistemas son falsos, sólo el genio es verdadero". Es decir, la ilusión de los sistemas es nefasta, como lo es la ilusión de que la sociedad pueda reformarse por decreto. El nuevo liberalismo centrista era deudor de esta máxima romántica. "Cuando un principio", escribía Pastor Díaz, "o un sistema político, sea el que sea, intenta el dominio absoluto de la sociedad, encuentra siempre una resistencia que sale a oponérsele desde los más profundos senos vitales de la sociedad. El crecimiento, el progreso, nunca se da cuando una idea o un sistema o un grupo prevalece sobre los demás, sino cuando todos compiten respetando las reglas del juego limpio". Era la aceptación del pluralismo como elemento clave de la nueva sociedad postrevolucionaria.
La reflexión puritana sobre el arte de gobernar tomó el aspecto de una redefinición de las relaciones entre la sociedad y el poder político. La administración no puede ser una simple máquina al servicio de la voluntad de los partidos. El orden social debe considerarse según un modelo biológico (orgánico) no mecánico. La Revolución aparece como la culminación de un largo proceso de crecimiento histórico cuyas raíces se hunden en la formación misma de la sociedad; los verdaderos derechos humanos no son los postulados metafísicos y abstractos de los revolucionarios o de los filósofos, sino los que han ido apareciendo históricamente: las libertades, la legitimidad, la magistratura, la administración, las capacidades, algo que a un inglés le parecería obvio pero que no lo era ni mucho menos para los entusiastas españoles de la revolución o de la reacción. Ya no bastaba batirse por principios o por dogmas (los derechos inalienables del Trono contra la soberanía popular) por muy excelentes que fuesen. Hacía falta traducirlos y concretarlos, establecer instituciones viables, discutir el modo del escrutinio, el régimen de la prensa, el papel del parlamento, en definitiva dar un contenido a las ideas del gobierno. Lo que les movilizaba eran las cuestiones de tecnología política, antes que las de filosofía política; era la eficacia del sistema de regulación y de garantías lo que les interesaba prioritariamente.
Desde los tiempos de Andrés Borrego en El Correo Nacional habían comprendido que la clave del gobierno de la sociedad moderna estaba precisamente en "convencer" a la gente. El régimen moderno debía ser un régimen de opinión, nunca de fuerza. Los intereses y las opiniones existen por su cuenta, son una nueva forma de identidad colectiva. Los movimientos públicos, los hechos sociales existen de por sí, no se puede luchar contra ellos. Hay que conocerlos y vivir con ellos. Los nuevos medios de tratar con la sociedad deben ser "interiores", en oposición a las viejas técnicas políticas "exteriores" que corresponden a la vieja sociedad. El poder no puede ser más una instancia separada que organiza y estructura la sociedad, porque entonces sería el soporte de una dominación. En la sociedad moderna, marcada por la libertad y la igualdad, el poder y la sociedad deben ser un mismo ser. En palabras de Pastor Díaz: "Una constitución no puede dar como resultado un trastorno de la sociedad, las leyes dictadas por los poderes legales no pueden saltarse las vallas de la sociedad misma que esos poderes representan".
Las relaciones entre el gobierno y la oposición deben cambiar radicalmente de sentido. El ejercicio del poder no reside en la posesión de instrumentos administrativos sino en aprender a apoderarse de la opinión pública, a estar atento a la dinámica social e insertarse en ella. La oposición puede y debe ejercer un gobierno moral. Es, de hecho, el gobierno de los sectores sociales que desaprueban el sistema que gobierna y aspiran a cambiarlo. Ya en 1841, Pacheco había clamado contra la pena de muerte por motivos políticos. Todo el discurso político puritano es un intento, más de una vez desesperado, por hacer entender a los gobiernos que la oposición, mientras respete la ley, mientras cumpla las condiciones de legalidad, moralidad y capacidad política, debe ser igualmente respetada y debe tener un papel activo en el sistema.
El sistema político ha de ser plural porque la sociedad es plural. El poder no crea la sociedad, la encuentra. Esta afirmación de que el Estado no es más que un producto de la sociedad y que por tanto no puede saltarse las vallas de la sociedad misma, es una garantía contra los legisladores voluntaristas y los partidarios de los dogmas. El terror revolucionario y el reaccionario son hijos por igual del artificialismo político, de los especuladores. Las leyes no hacen más que registrar y traducir un estado social y moral determinado. No pueden instituir nada que no exista ya. Este concepto clave de "la legitimidad de lo existente" fue usado por Pastor Díaz y Pacheco una y otra vez en su práctica parlamentaria. Así, en la discusión sobre la devolución de los bienes del clero que se suscitó durante la década moderada, aun reconociendo que la desamortización fue injusta en principio, aprovechó para defender la aceptación de los hechos consumados y para criticar la desesperante práctica de deshacer lo que el gobierno anterior había hecho. Los conservadores no se oponen a los cambios si éstos se producen por la vía legítima, son netamente distintos de los reaccionarios capaces de incumplir la legalidad y reaccionar violentamente para evitar cualquier cambio.

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